martes, 17 de julio de 2007

Sobre la "Trilogía de la vida" de Pasolini


Habían pasado nueve años exactos desde que Pier Paolo Pasolini irrumpió en el firmamento cinematográfico italiano como realizador con su "Accatone", hasta que dio el puntapié inicial de lo que él mismo llamaría "trilogía de la vida" -aunque más tarde se retractara- compuesta por "El Decamerón" (1971), "Los cuentos de Canterbury" (1972) y "Las mil y una noches" (1974). Hoy, a 33 años de la última puntada de ese tríptico y a 32 del brutal asesinato del director-poeta-periodista, a la hora de abordar aquella obra sigue resultando poco menos que imposible aunar criterios.

Aunque si bien es cierto que este hecho es común a una amplísima mayoría de ejemplos en todo lo que tenga que ver con la creación en cualquiera de sus formas, no es menos
real que pocas veces pueden encontrarse posturas tan, pero tan opuestas como el caso de esta trilogía de Pasolini. Una trilogía en la que se mezclan el sexo con la muerte y la sangre; la impecable y excelsa ambientación de la era medieval con pésimas actuaciones, el mal gusto, lo burdo y lo chabacano; la renovada ilusión de encontrarse con una historia atractiva al comienzo de cada cuento de cada una de las películas con la rápida desilusión al comprobarse que el guión termina naufragando de manera inexorable o bien los denodados intentos del realizador de mostrar todo de la manera más cruda y realista posible con la paradójica pérdida del verosimil en el que cae a cada instante.

En lo que sí no quedan dudas luego de ver los tres filmes, es que el hilo conductor que los une es la incontrastable desesperación del creador por trascender, no sólo hacia afuera, sino también hacia adentro. Algo así como la angustiosa tentativa de un Pier Paolo Pasolini agobiado por sus propios demonios (léase homosexualidad manifiesta por él mismo pero no por ello asumida naturalmente, persecuciones sociales y judiciales o abiertos enfrentamientos con la clase política, la burguesía, el clero, los militares y cuanta institución se precie de tal) a los que intentó exorcizar, celuloide mediante. ¡Y ni hablar de su obra póstuma, "Saló" o "Los 120 días de Sodoma" (1975), que si bien no forma parte de la trilogía en cuestión resultó ser la potenciación de todos sus fantasmas llevados hasta el infinito.

Claro que nada de ello le valió, ni para enfrentar su vida (¿o su inminente muerte?) ni para dejar un testamento fílmico de valía en el más puro campo de la cinematografía, premios internacionales, polémicas y escándalos al margen. Fue como si en esta última etapa de su existencia, Pasolini hubiera perdido el norte acerca de cómo llegar realmente con su ideología y sus denuncias sociales a través de la pantalla, como sí lo seguía haciendo mediante sus artículos periodísticos. Algo así como que el talento le quedó fuera de cuadro.

El Decamerón de Boccaccio

Nueve de los cien cuentos medievales que integran el libro de Boccaccio fueron tomados por Pasolini para recrear la primera de sus tres obras, los cuales fueron narrados en dos tiempos. El primero, enmarcado en la historia de Ser Ciapelletto, se descompone de la siguiente manera: 1) Andreuccio da Peruggia; 2) Masetto; 3) Peronella y 4) Ser Ciapelletto. El segundo, unido por la presencia del pintor Giotto (encarnado por el propio Pasolini) se divide en : 1) Giotto; 2) Caterina di Valbona; 3) Lisabetta da Messina; 4) Gemmata y 5) Tignoccio y Meuccio. El epílogo muestra a Giotto descubriendo el fresco para el que fue contratado por el clero y lo contempla.
Ganadora del Oso de Plata en el Festival de Berlín de 1971 y generadora de un envidiable éxito comercial, "El Decamerón" soportó incontables procesos judiciales, a la vez que recibía elogios y descalificaciones de la crítica en partes iguales.

Los integrantes del primer grupo hablaban del coraje del realizador para abordar el sexo y la brutalidad humana como pocos lo habían hecho hasta entonces, la grandilocuente y cuidada producción o la composición visual de los planos que convertían a cada fotograma en un auténtico cuadro, lleno de belleza. En contrapartida, quienes se ubicaban en la vereda de enfrente, hacían hincapié en que los relatos del Decamerón seleccionados por Pasolini pertenecían a Dioneo, el más vulgar, obsceno y grosero de los diez narradores que alternan sus historias en las páginas de Boccaccio, como así también que toda esa belleza estética del director se perdía en gran medida a la hora de filmar las escenas de sexo.

Sobre el particular, el prestigioso crítico y estudioso cinematográfico italiano Lino Micciché, señaló: "Casi todas las menciones temáticas y narrativas al texto literario, se retoman en el filme invirtiendo su sentido y cargando constantemente las tintas, lo que confiere a vicisitudes y a personajes un hedor de grosera carnalidad", para finalmente rematar haciendo mención a una "herética traición de Pasolini con respecto al original".





Los cuentos de Canterbury

Siguiendo la línea comenzada un año atrás, en 1972 Pier Paolo Pasolini contó con otra millonaria producción para filmar "Los cuentos de Canterbury", adaptados de la obra de Geoffrey Chaucer. Una vez más el éxito se traduce en la recaudación y se potencia con la obtención de Oso de Oro de Berlín, como así también se repiten los contrapuntos por parte de la crítica.

Ambientada lejos de la convulsionada Nápoles donde transcurre "El Decamerón", esta vez las nueve historias del total de veintiuna que componen la obra literaria se sitúan en la Inglaterra del Siglo XIII. Otra vez con un Pasolini activo en pantalla como garante-narrador de las historias, los procesos judiciales se repiten a la vez que se potencian las condenas clericales.

Eslabonando los relatos del mercader y la joven Maggio; el cazador de brujas; el "chaplinesco" Perkin que acaba en la picota; el molinero, el leñador y su esposa infiel; el joven engañado que se venga sin quererlo del amante de ésta; la viuda casamentera; los estudiantes que seducen a la esposa y la hija del molinero que les da cobijo; los amigos que se matan entre sí por codicia y el fraile que sueña con un ángel que lo lleva al infierno (recreado tal como lo imaginaron en sus cuadros Brueghel y El Bosco) , el realizador hurga aún más en sus propias oscuridades personales.

Así, la obra cae en momentos que provocan auténtico rechazo del espectador, quien se ve encerrado una y otra vez en un mundo de sexo y muerte, casi nunca unidos por una línea argumental que fundamente la presencia de ambos elementos al punto en el cual lo hacen. Inclusive, cabe preguntarse hasta qué punto la sucesión de primeros planos de genitales, principalmente masculinos, no respondían más a un placer propio por retratarlos que a un hecho genuinamente artístico, pacaterías y moralidad al margen. La última toma muestra al Pasolini-Chaucer escribiendo en el libro donde fue volcando las historias a lo largo del filme: "Aquí terminan los cuentos de Canterbury, contados tan solo por el placer de contar. Amén".
Sin dudas, toda una definición de lo que se acababa de ver.

Las mil y una noches

Impelido por una casi desesperante necesidad de producir a todo nivel, Pasolini atacó en 1974 con el mítico texto oriental. Sin problemas financieros a la hora de abordar sus filmes (más bien todo lo contrario), el realizador italiano no tuvo inconvenientes para mudar su equipo de filmación completo a los exóticos y lejanos territorios de Yemen y Arabia, donde una vez más reafirmó su maestría cuando de ambientación, vestuario, escenografía y composición de cuadros se trata. Claro que del mismo modo ratificó la endeblez de sus guiones a la hora de adaptar una obra original, pese a que bien podría decirse que "Il fiore delle mille e una notte" (tal el título original) fue el más compacto de las películas de la trilogía desde el punto de vista argumental.

Partiendo de la historia de Zumurrud, una joven esclava que ha sido vendida por voluntad propia al joven Nur ed Din y que luego es raptada, el decorrer de la película se distribuye en diferentes capítulos unidos por la desesperada búsqueda del muchacho de la mujer de su propiedad y al mismo tiempo amada y la asunción de ésta a rey al ser confundida con un hombre. Finalmente, hombre y mujer conseguirán la felicidad plena.

Una vez más distinguido por su obra con un galardón de suma importancia como lo es el Premio Especial del Jurado de Cannes, Pasolini vuelve a regodearse en las relaciones sexuales (que en muchos casos se advierten son explícitas), como así también en los genitales masculinos, los cuales para esta ocasión ya no tiene pruritos en filmarlos en estado de semierección, como para que la duda acerca de la justificación dramática o los propios deseos personales se renueve.

La hora de las conclusiones

La palabra "Fine" sobre la pantalla no sólo sirvió para "Las mil y una noches", sino también para la trilogía. Poco después del estreno, el propio Pasolini definió su obra de la siguiente manera: "Cuando uno es joven, necesita sobre todo de la ideología para vivir. Al llegar a la vejez, la vida se vuelve más restringida y se basta a sí misma. No me planteo el problema del futuro porque pienso que el futuro es lo mismo que el presente. Esta trilogía es como una declaración de amor a la vida, aunque resulta estúpido hablar de trilogía. Se trata de un mismo filme dividido en capítulos. Pero así como me aterra el paso del tiempo, ya que se necesita un año de trabajo para hacer una película, he preferido fragmentarlo para no ser cortado fuera de la realidad".

Poco tiempo le quedaba por delante a Pasolini. No sólo para filmar, sino para vivir. El 2 de noviembre de 1975 y a escasos meses de haber finalizado la más polémica y escandalosa de sus obras, la ya citada "Saló", era brutalmente asesinado. Tal vez ese final le daba premonitoriamente la razón en cuanto a de qué modo lo aterraba el paso del tiempo. Frase que también sirve para comprender un aspecto de su obra que Virgilio Fantuzzi, autor del libro Pier Paolo Pasolini, definió con fina certeza en uno de los párrafos de su trabajo: "Sus películas se sucedían una a otra con un ritmo que a veces resultaba atropellado. El, siempre presente en los debates que, con alguna frecuencia, se transformaban en apasionados comicios, parecía más interesado en multiplicar las ocasiones de intervenir que en calibrar la puntería de su tiro".
Razón no le faltaba...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Saludos, gracias por publicar esta reseña. Resulta bastante informativa.
Fernando García.

Mumusa dijo...

Creo que es un escrito con alguna información de interés, pero en sentido general hay un tono moralista y depredatorio que impide que el autor aprecie la importancia intelectual de Pier Paolo Pasolini de manera integral. Pero, en fin, a Pasolini nunca le faltaron detractores y evidentemente los tiene post mortem.

Cristina Paola Then dijo...

Iba a insultar a este critiquejo homofóbico, pero creo que me basta con el brillante resumen de Mumusa. Eso es. Otro más. Y pasar la hoja.